
El 7 de octubre de 2023 marcó un antes y un después en la historia contemporánea de Israel. Ese día, el grupo terrorista Hamas llevó a cabo una masacre que rompió todas las nociones de seguridad que el país había construido durante décadas. Más de 1.200 personas fueron asesinadas, cientos tomadas como rehenes y miles de israelíes vieron vulneradas sus casas, kibutzim y espacios civiles en una ofensiva sin precedentes.
Ese ataque no solo dejó una profunda marca emocional en la población; también generó una crisis de confianza sin precedentes en las capacidades del Estado. ¿Cómo fue posible que el ejército más sofisticado de Medio Oriente no previera una incursión de esta magnitud? ¿Cómo pudieron fallar los servicios de inteligencia como el Shin Bet y la inteligencia militar? La sociedad israelí aún busca respuestas.
El ataque de Hamas no fue un acto aislado, sino una agresión ideológicamente planificada con intención genocida. La brutalidad con la que se ejecutaron los asesinatos reabrió traumas del pasado judío, comparados incluso con los de los nazis, los cosacos y los cruzados..
En estos 600 días, las calles, los medios, los foros políticos y las familias israelíes han estado marcados por el dolor, la ira y la indignación. El recuerdo del 7 de octubre se convirtió en una referencia permanente, no solo del pasado reciente, sino de lo que está en juego: la supervivencia nacional.
El trauma sigue abierto: no solo por lo vivido, sino porque 58 rehenes continúan en manos del grupo terrorista Hamas, y al menos 20 se cree que están con vida. La herida no ha cerrado porque la amenaza aún persiste, y con ella, el sentido de urgencia y dolor constante.

Cambio regional
A 600 días del ataque del grupo terrorista Hamas, Israel ha logrado un nivel de control militar en la región que no se veía desde 1967. Si bien las cicatrices del 7 de octubre siguen abiertas, el equilibrio estratégico ha cambiado profundamente. El país ha pasado de una situación de vulnerabilidad a una reafirmación de poder militar, aunque a un precio humano y diplomático elevado.
En Gaza, el brazo armado de Hamas ha sido desmantelado en gran medida. Según el Instituto de Estudios de Seguridad Nacional (INSS), más de 20.000 combatientes del grupo terrorista han sido eliminados, junto a gran parte de su dirigencia. Las fuerzas de elite Nukhba fueron neutralizadas, su red de túneles severamente dañada, y la capacidad de fabricar y lanzar cohetes quedó reducida a niveles mínimos.
El enclave costero se ha convertido en una zona devastada, con amplios sectores reducidos a escombros. La infraestructura militar de Hamas —arsenales, laboratorios de armas, centros de comando— ha sido desmantelada, aunque el grupo aún mantiene a 58 rehenes, lo que limita la percepción de una victoria total.
Líbano ya no es, al menos por ahora, el bastión inquebrantable de Hezbollah. Con una combinación de ataques de precisión e inteligencia acumulada, Israel ha debilitado la cadena de mando del grupo proiraní, afectando su capacidad operativa y su control territorial.
En Siria, la caída de Bashar al-Assad cambió el tablero regional. Israel ha destruido buena parte del flujo logístico de armas que Irán utilizaba para abastecer a Hezbollah desde territorio sirio. La desaparición del régimen proiraní ha reconfigurado los corredores estratégicos del Levante.
Incluso Irán, que promovía a sus aliados como parte del llamado “eje de la resistencia”, se encuentra en su punto más débil desde la guerra con Irak. Su ataque directo a Israel fue repelido con apoyo estadounidense y europeo, y la respuesta israelí destruyó parte de su sistema de defensa aérea. La hegemonía regional que Teherán intentaba consolidar, hoy está fracturada.
El costo para Israel no ha sido menor: altas bajas militares, críticas internacionales, presión diplomática y el drama no resuelto de los rehenes.