El 5 de septiembre de 1972, ocho secuestradores palestinos irrumpieron en las habitaciones de la delegación israelí, tomaron rehenes y desataron una carnicería frente a los ojos del mundo.
Todo empezó con una pésima organización por parte del anfitrión que los terroristas supieron aprovechar. Es que en un intento por dejar atrás la imagen del Tercer Reich y los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, la República Federal Alemana se esforzó por proyectar una imagen de democracia y paz durante los Juegos Olímpicos de 1972 en Múnich: en contraste con la imponente presencia militar de 1936, el comité organizador decidió que en la villa olímpica y en los principales estadios solo habría 2.000 agentes de seguridad desarmados y con escasa preparación.
Este ambiente de apertura y hospitalidad se tornó fatalmente vulnerable cuando, el 5 de septiembre de 1972, un grupo terrorista palestino llamado Septiembre Negro, facción de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), entonces liderada por Yasir Arafat (1929–2004), llevó a cabo una de las acciones más trágicas en la historia de los Juegos Olímpicos.
El secuestro comenzó a las 4:42 de la mañana del 5 de septiembre. Ocho terroristas de Septiembre Negro, vestidos como atletas y cargando bolsos deportivos que ocultaban armas, escalaron la cerca perimetral de la villa olímpica.
Aprovechando la ausencia de agentes de seguridad y la confusión de algunos deportistas estadounidenses que volvían de una noche de juerga, los terroristas ingresaron sin resistencia.
Los israelíes estaban distribuidos en cinco departamentos pegados. Cuando el grupo comando entró al primero de los dormitorios, Moshe Wineberg, entrenador de lucha, se abalanzó sobre los atacantes e intentó detenerlos pero fue herido y obligado a guiar a los atacantes. Desesperado, Wineberg decidió llevarlos al dormitorio de los luchadores y pesistas, esperando que estos pudieran resistir.
Cuando entraron al dormitorio, otro atleta, Gad Zabari, golpeó a un atacante y huyó corriendo. Recibió tres balazos y, cuando estaba por recibir el disparo final, Wineberg se interpuso al tirador y murió fusilado.
Zabari logró escapar y alertó a las autoridades de lo que estaba pasando. Mientras tanto, los terroristas capturaron a nueve atletas israelíes: David Berger, Ze’ev Friedman, Joseph Gutfreund, Eliezer Halfin, André Spitzer, Amitzur Shapira, Kehat Shorr, Mark Slavin y Yakov Springer.
Septiembre Negro emitió rápidamente un comunicado exigiendo la liberación de 236 prisioneros palestinos detenidos en cárceles de Israel, Alemania y otros países y amenazaron con ejecutar a los rehenes si sus demandas no se cumplían para el mediodía.
La primera ministra israelí, Golda Meir, rechazó cualquier negociación, afirmando que ceder ante los terroristas pondría en peligro a todos los israelíes en el extranjero. El gobierno alemán, desesperado por no interrumpir los Juegos, ofreció una suma millonaria por la liberación de los atletas, pero fue rechazada. La situación se tensó aún más cuando los terroristas extendieron el plazo y anunciaron que matarían a un rehén cada hora si no recibían respuestas.
A medida que avanzaban las horas, los negociadores alemanes intentaron múltiples estrategias para calmar la situación. Se ofrecieron como rehenes a cambio de los atletas israelíes, pero esta oferta fue rechazada por los terroristas.
La tensión aumentó aún más cuando, a las 7:41, asesinaron al segundo atleta, Yossef Romano, quien había intentado escapar. Lo dejaron desangrándose en el dormitorio como una advertencia para sus compañeros.
Pasado el mediodía, sin ninguna resolución a la vista, los Juegos continuaban desarrollándose con normalidad, lo que llevó a críticas internacionales y a la indignación de la comunidad olímpica.
A medida que se acercaba el límite de las 17, las autoridades alemanas tramaron un plan de rescate que incluía armar a los inexpertos agentes de seguridad y posicionarlos en los techos para un ataque sorpresa.
Sin embargo, los terroristas estaban al tanto gracias a la cobertura en directo de la televisión.
A las 17:46, ya convencidos de que no iban a liberar a ningún preso, los líderes del comando anunciaron un cambio en sus exigencias: pidieron un avión para trasladarlos junto con los rehenes a un país árabe. El gobierno alemán accedió a llevarlos al aeropuerto de Furstenfeldbruck, donde planeaban un rescate definitivo con francotiradores y agentes especiales disfrazados de tripulantes.
El operativo en el aeropuerto terminó en un caos absoluto… Pasadas las 20:30, los helicópteros que transportaban a secuestradores y rehenes llegaron al aeropuerto. Un tiroteo se desató cuando los francotiradores abrieron fuego, pero los terroristas, mejor posicionados, lograron contraatacar.
Luego de dos horas de combate, ya casi sin balas, uno de los terroristas decidió terminar todo. Lanzó una granada a uno de los helicópteros que tenía secuestrados, que estalló en el acto. Para completar la tarea, otro palestino acribilló a los atletas que quedaron en el segundo helicóptero.
Todos los atletas israelíes secuestrados murieron asesinados por los terroristas ese día.
Finalmente, cinco de los ocho atacantes murieron en el enfrentamiento, mientras que los tres restantes fueron capturados. Solo un mes después de la masacre, los tres atacantes sobrevivientes fueron liberados como parte de un intercambio de rehenes cuando otros terroristas de Septiembre Negro secuestraron un avión de Lufthansa.
La Masacre de Múnich se transfromó en el suceso más sangriento en la historia de los juegos olímpicos y una dolorosa herida para Israel y la comunidad judía.